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En las noches, cuando niño, soñaba que era fotógrafo. Cámara en mano me veía recorriendo el pequeño bosque de la esquina tirando fotos a las lagartijas, los gorriones, las ardillas escapadas del zoológico, en fin, a cuanto bicho estuviese en foco. Sólo eran sueños. Fefita, mi madre, celaba su cámara y en raras ocasiones pude apretar el obturador. Después de algunos años, aprendí elementales nociones de este oficio. Nada de laboratorios ni químicos. Más bien aproximé esos sueños a una pequeña realidad: tiré las fotos del primer cumpleaños de mi hija. Fue entonces cuando pasé de espectador a propietario de aquella Lubitel, que se encargó de congelar el tiempo, garantizando risas y asombros para el porvenir. En blanco y negro, apresadas en pequeñas postales de 5 por 7 pulgadas, quedaron fiestas de amigos, la escalada al Pico Turquino y excursiones por distintos lugares históricos de la Isla.
La fotografía es una ocupación y un arte. No pretendo competir con aquellos que la practican como oficio. Cámaras al hombro, trípode, escalera, lentes, telefotos, pecheras… convierten a veces a estos profesionales, particularmente a los de la prensa, en una especie de singulares astronautas, equipados hasta lo inimaginable, con todo lo que les permita inmortalizar segundos. Cual artistas ante el lienzo de la posteridad, secuestran en el vientre de sus cámaras esos instantes únicos, irrepetibles, muchas veces decisivos.
Y cuando ellos se hayan ido, los nietos de sus nietos seguirán conmoviéndose o riendo gracias a aquel obturador accionado a tiempo. Ahí están las fotos de Korda demostrándolo; está el rostro del Che mirando por sobre un horizonte, que hasta hoy nos alcanza.
La fotografía analógica, con su laboratorio lleno de cubetas para revelar y fijar, con la espiral de los “riles” retando a los aprendices en medio de un insondable cuarto oscuro, ha pasado a ser lugar de recuerdos, emulando con el antológico laboratorio de José Arcadio Buendía, en Cien años de Soledad. La digitalización es la magia actual de la fotografía, acortando procesos, dotando al fotógrafo de múltiples herramientas, y permitiendo que una imagen se instale en el ciberespacio en solo cuestión de minutos.
Con esta entrada pretendo presentarme ante ustedes no como fotógrafo, ni siquiera como aprendiz, solo como un cazador de imágenes más que, desde su modesta Canon, regalo de una amiga, quiere mirar los rostros de Cuba de una forma diferente, convencido de que “el ojo que ves, no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve”, como diría Antonio Machado.
Yohandry Fontana
La Habana
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